OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Señores y asesinos.

 

Madero nunca mató a nadie. Antes bien salvó de morir a quienes fueron sus enemigos. El mismo sacó al general Navarro de la celda en que ya se le tenía en capilla para fusilarlo, y en su propio automóvil lo condujo a la frontera con Estados Unidos para que pudiera escapar. Luego, en vez de fusilar a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, que se habían levantado contra el gobierno electo por el pueblo, les perdonó también la vida, y les cambió la segura sentencia de muerte por la de prisión. No sabía matar Madero. Sus enemigos sí.

Cuando Madero, obligado por las circunstancias, presentó su renuncia a la presidencia de la República, se hizo cargo de ella por ministerio de ley don Pedro Lascuráin, quien ocupaba la cartera de Relaciones Exteriores. Este señor, un hombre bueno, es el presidente que menos tiempo ha ocupado el cargo: duró en él exactamente 45 minutos -de las 17.15 a las 18 horas del 19 de febrero de 1913-, el tiempo necesario para que Victoriano Huerta pudiera rendir la protesta mediante la cual quedaba investido como presidente.

Un día después Huerta nombró su gabinete. De él formaron parte ilustres señores del porfiriato, como don Francisco León de la Barra, quien ya había figurado como presidente tras la renuncia del general Díaz. León de la Barra fue aquél que cuando se discutió sobre la conveniencia de asesinar a Madero y Pino Suárez se opuso en principio a tal idea, pero luego, presionado por los militares traidores, exhaló un piadoso suspiro y exclamó lleno de pesadumbre:

-¡Bueno, pues hágase la voluntad de Dios!

No sólo Madero y Pino Suárez fueron asesinados. En las siguientes semanas murieron también, por su maderismo, hombres como don Abraham González, gobernador de Chihuahua, con quien se contaba para iniciar la sublevación contra Huerta. Fue hecho prisionero y fusilado en la estación de Mápula.

Tres diputados que se mostraron contrarios al nuevo régimen fueron vilmente asesinados. Serapio Rendón fue uno, Néstor Monroy otro y Adolfo Gurrión el tercero. El senador Belisario Domínguez iba a decir un discurso contra Huerta. Los agentes del gobierno tuvieron noticia de eso, apresaron al senador y lo mataron en el panteón de Coyoacán después de torturarlo horriblemente: le cortaron la lengua antes de asesinarlo. Un periodista de nacionalidad nicaragüense, Solón Argüello, hizo crítica pública del gobierno usurpador. También fue asesinado, en la estación Lechería.

Había en muchos sectores profundo descontento contra el nuevo estado de cosas. Huerta, entonces, endureció aun más su gobierno. La administración federal fue militarizada: los ministros de Estado, sus funcionarios y empleados, recibieron grados del Ejército conforme a su jerarquía, y debieron llevar el uniforme. Hay fotografías muy curiosas que muestran a aquellos señores, que en su vida habían llevado otra cosa que levita o frac, luciendo arreos de militar.

Se pretendió militarizar también a los alumnos de la Universidad, pero éstos se negaron a admitir semejante desatino y únicamente los adolescentes de la Preparatoria quedaron encuadrados en él.