OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Un anónimo inquietante.

 

Dolor y cólera produjo en muchos la noticia de los asesinatos cometidos en las personas de Madero y Pino Suárez. Sin embargo, en la Capital de la República la gente recibió el hecho con tranquilidad, y algunos hasta con complacencia: no le habían perdonado a Madero el derrocamiento del viejo caudillo, don Porfirio Díaz.

Otras veces he dicho que mi Iglesia, la católica, se remonta con airoso vuelo cuando se ocupa de las cosas celestes, pero se arrastra con torpe paso -y cae a cada paso- cuando desciende a las mundanas polítics del mundo. Referido ese aserto a la historia de México, es dable ver cómo casi siempre la Iglesia Católica se ha equivocado al juzgar los asuntos que tienen que ver con el poder terrenal, y más al intervenir en ellos.

La Iglesia, hay que decirlo, fue antimaderista. Más de una evidencia nos lo muestra. Yo no lo podía creer cuando me lo dijeron, pero luego lo confirmé con testimonios de personas de la época: Victoriano Huerta recibió un cable en que el Papa lo felicitaba por haber restablecido la paz en México, y le enviaba su paternal bendición. ¿Habrá alguien, entonces, que se extrañe de la persecución que luego los carrancistas hicieron caer sobre el clero católico, y de la resurrección de la fobia contra la Iglesia según se vio en el curso de la Revolución Constitucionalista?

El clero católico vio siempre con ojos de sospecha al "Chaparro". Así designaba la mochería al Apóstol de la Democracia. Don Porfirio Díaz había llegado a un acuerdo con la Iglesia. Quedaron atrás los tiempos de Gómez Farías, Juárez, Lerdo de Tejada y todos los demás furiosos comecuras. Don Porfirio permitió que los liberales hicieran de Juárez el mito que es todavía hoy, pero dejó nulas y sin efectos en la realidad todas las leyes de Reforma. Algunos de los más cercanos consejeros, y aun amigos, del general Díaz fueron obispos. Baste citar como un ejemplo a monseñor Gillow, quien llegó a representar al presidente de México en reuniones internacionales.

Llega Madero; hace caer a Díaz, y desde luego el elemento católico se vuelve contra él. Los jerarcas desconfiaban de él porque era espiritista, y en vez de ese santo laico que fue Madero prefirieron al terrible criminal, ebrio consuetudinario y bribón por todos los costados que fue Victoriano Huerta. El nuevo presidente era asesino, es cierto, pero muy católico, bendito sea Dios.

Las palabras que siguen las escribió Vasconcelos, a quien nadie podrá tildar de anticatólico:

"... La Iglesia mexicana también se mostró alborozada (con la muerte de Madero y Pino Suárez y la llegada de Huerta a la Presidencia)... Señalo este hecho inaudito sin ánimo de agravar los cargos soble la Iglesia y sólo para que se vea uno de los pretextos, no la justificación, de las persecuciones religiosas que se han consumado con posterioridad. Por lo pronto, quienes por convicción nos inclinábamos a un acercamiento del Estado mexicano con la Iglesia experimentamos ira y desconsuelo...".