OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Las iras del chacal.

¡Qué doloroso vía crucis hubo de recorrer la viuda de Madero para conseguir que le entregaran el cadáver de su esposo! Los asesinos del héroe, como si su crimen no los hubiera dejado totalmente satisfechos, parecían cebarse ahora en el dolor de la viuda del martirizado.

-¡Señor ministro, pida usted ahora mismo que me devuelvan el cuerpo de mi esposo!

Márquez Sterling, atribulado, no sabía qué decir.

-Señora -balbuceó-. En estos momentos el único que tiene influencia sobre Huerta es el embajador de los Estados Unidos.

-¡No! -replicó vivamente doña Sara-. ¡De ese hombre no quiero nada! ¡No me lo nombre! ¡También él es culpable de la muerte de mi esposo, lo mismo que los otros!

Márquez Sterling razona; quiere hacerle ver la situación. A nadie atenderá Huerta más que al embajador norteamericano.

-Está bien -cede al fin doña Sara-. Que intervenga Wilson. Pero pídaselo usted, señor Márquez Sterling. Yo no; yo no...

Apresuradamente el embajador dicta a su secretario una nota que de inmediato envía a Wilson. Una hora después llega la respuesta:

"... Atendiendo a mi súplica el señor De la Barra salió a ver personalmente al Presidente de la República para procurar la orden necesaria. Ruego a su Excelencia me haga favor de expresar a la señora Madero mi profunda simpatía y la de mi señora esposa por ella y su familia, y decirle que en estos momentos difíciles deseo ayudarla en todo cuanto me sea posible, y que puede dirigirse a mí para todo cuanto guste. Henry Lane Wilson".

Movido por la influencia del norteamericano se avino Huerta finalmente a dar su permiso para que la viuda de Madero pudiera ver su cadáver. A los 2 de la tarde podría pasar a la Penitenciaría, a condición de que fuera absolutamente sola. Un hermano de Sarita se opuso a que hiciera la visita en tales circunstancias y, aunque llena de dolor, la viuda de Madero no se presentó en la Penitenciaría a la hora señalada. Media hora después aparecía la edición extra de uno de los periódicos gobiernistas: en un arranque de locura producido por el dolor que le causó ver el cadáver de su esposo, la señora Sara P. de Madero se había suicidado. Se supo así que los asesinos de Madero habían planeado también asesinar a su esposa.

Empezó a circular la versión oficial sobre las muertes de Madero y Pino Suárez. Una declaración firmada por don Francisco León de la Barra aseguraba que en el camino a la penitenciaría los automóviles en que eran conducidos los presos habían sido asaltados por partidarios de Madero. En el combate a tiros que se trabó entre asaltantes y policías murieron los dos prisioneros.

Vasconcelos dice en su "Ulises Criollo" al hablar de los días en que se decidió el asesinato de Madero y Pino Suárez:

"... Que al proponerse el crimen, De la Barra, el beato, dijo: Hágase la voluntad de Dios...".