OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Las santas mujeres.

 

Se acercaba, inexorable, la hora de la muerte de Madero. La esperanza de salvarlo se extinguía: la torva astucia del embajador norteamericano Wilson y la insania de los traidores victoriosos levantaban ya el patíbulo en que correría la sangre de un apóstol y la de un poeta: don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez.

En doloroso vía crucis iban la madre de Madero, su esposa y sus hermanas. A todos rogaban por la salvación del hijo, esposo y hermano. Ocultos tenían que estar don Francisco y don Ernesto, padre y tío del presidente caído. Bien sabían que si la dictadura los hallaba irían a la cárcel o, muy posiblemente, al paredón.

Terrible dolor había sufrido la familia por la muerte espantosa de Gustavo. Pero aquellas santas mujeres hacían a un lado su dolor y luchaban ahora por salvar la vida de Panchito y las de sus amigos don José María Pino Suárez y el general Felipe Ángeles.

En su peregrinar se veían solas aquellas dolientes peregrinas. Las damas católicas que con vivas instancias y súplicas le rogaron a Madero preservar la vida del infame Félix Díaz ahora cerraban sus puertas y no recibían a aquéllas a quienes apenas unos días antes habían adulado.

La esposa de Madero solicita una entrevista con Wilson. El tortuoso diplomático acepta de mala gana recibirla.

-Señor embajador: vengo a pedirle su intervención. Usted puede salvar la vida de mi esposo.

-Señora, no creo que su marido vaya a ser degollado (esa palabra usó Wilson: degollado). A lo más, el que podría perder la vida sería Pino Suárez.

-¡Oh, no! -exclama Sarita temblorosa-. ¡Eso no puede ser! ¡Estoy segura de que Pancho pediría morir junto con él antes que salvarse solo!

-Mire, señora -replica imperturbable Wilson-. Su esposo no supo gobernar. Nunca me pidió consejo ni hizo caso de los que por propia iniciativa yo le di. Sin embargo, pienso que no merece morir. Pino Suárez sí. Causó mucho daño, y además es hombre que no vale nada. Con su muerte nada se perdería.

-Señor embajador -responde la esposa de Madero irguiéndose sobre su dolor y sobre su indignación-. El señor Pino Suárez no solamente es un patriota ejemplar: es además un esposo amantísimo y un padre tierno. Posee un bello corazón.

-No sé si pueda hacer algo por él. Ni siquiera sé si puedo ayudar al señor Madero.

-Otros ministros se esfuerzan por evitar una tragedia, señor Wilson: el de Chile, el de Cuba, el de Brasil.

El infame embajador esboza una sonrisa de burla.

-No tienen ninguna influencia -dice con acento sarcástico.

Sarita sale llorando de la entrevista. Sacudida por los sollozos se abraza a su cuñada Mercedes, que la esperaba afuera.

El embajador de Cuba insiste en sus gestiones para salvar a Madero. Wilson, obligado por el trato diplomático, tiene que recibirlo otra vez.

-Señor Wilson, ¿por qué no dispone Huerta el tren que debe llevar a Madero y sus amigos a Veracruz?

Wilson se turba; no encuentra una respuesta. Márquez Sterling piensa entonces lo que luego sabrá como verdad: Wilson no hará absolutamente nada para salvar la vida de Madero. Está en el interés de los Estados Unidos que el apóstol muera.