OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes

En capilla.

La muerte se cernía sobre la persona de don Francisco I. Madero. El embajador de Cuba en México, don Guillermo Márquez Sterling, hacía ímprobos esfuerzos para salvar a aquel hombre tan bueno de las garras de sus enemigos.

Aun en medio de la terrible tormenta por la que atravesaba, don Francisco I. Madero conservaba aquella serenidad interior propia de los grandes hombres, o aun de los santos. Apagada por los guardias la luz de la habitación, el señor Márquez Sterling, que no quería dormirse por temor a alguna acción violenta ordenada por Huerta, pudo contemplar a su sabor al presidente caído.

Una luz clara venía de la calle, donde había un farol encendido. Madero, envuelto en la sábana que tomó de la maleta de su hermano, no le pareció al ministro cubano un cadáver amortajado sino una extraña figura de morisco. Todavía conservaba el señor Márquez la esperanza de salvar la vida de su protegido.

"... Madero dormía un sueño dulce. Respiraba con la fuerza de unos pulmones hechos para la vida sana y larga. Acaso soñaba en sus hazañas de héroe. Escuchaba quizá el vocerío de las triunfadoras huestes de Ciudad Juárez. En su sueño Madero parecía vivir otra vez sus días de gloria, y sonreía bajo el sudario de Gustavo...".

Entró en la habitación el señor Pino. Hablando quedo, para no despertar a don Francisco, preguntó a Márquez Sterling:

-¿No ha dormido usted?

-No, señor Pino Suárez -respondió el embajador-. He preferido estar despierto, por lo que pudiera ofrecerse.

-Entonces ha oído los ruidos allá afuera -le dijo Pino Suárez-. Cada 15 minutos han estado cambiando los centinelas, por miedo a que alguno nos tenga simpatía y nos ayude a fugarnos.

Un día antes Márquez Sterling había sostenido una larga conversación con don José María. Al poeta de Yucatán no le dolía perder la vida: le angustiaba sólo pensar en la suerte de su esposa y en la orfandad de sus pequeños hijos.

-Parece que estamos en capilla, ¿verdad? -siguió hablando Pino Suárez-. Pero no creo que corra peligro nuestra vida. A lo más nos llevarán a la cárcel. Matarnos sería provocar otra revolución.

No contestaba Márquez Sterling. Dejaba que don José María siguiera hablando, y no lo interrumpía. En eso se incorporó Madero en su camastro.

-¿Qué horas son? -preguntó.

Pino consultó su reloj.

-Las 5 y media.

Madero se volvió al embajador cubano:

-¿Lo ve usted, señor ministro? No había tal tren preparado para las 5 de la mañana.

Entró un soldado llevando una charola con café, leche y panecillos. Márquez, sediento, extendió la mano para tomar un vaso con leche. Madero le detuvo el brazo:

-No pruebe nada. La leche podría estar envenenada.

Luego se sacó Madero una moneda de la bolsa y dijo al soldado:

-Con este peso cómprame los periódicos. Quiero saber qué es lo que está pasando.