OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Es la muerte que llega.

La suerte del presidente Madero estaba ya sellada: en la embajada de los Estados Unidos, a más de la caída del gobierno, se había pactado también, tácitamente, que no podía seguir viviendo el hombre que representaba la única esperanza de democracia para los mexicanos.

Entró en la intendencia del Palacio Nacional el embajador de Cuba, don Guillermo Márquez Sterling. Ahí estaba, en calidad de prisionero, don Francisco I. Madero, presidente de la República.

Antes de entrevistarse con él habló el ministro con el caballeroso general Felipe Ángeles. Hombre leal al presidente, el general Ángeles no abrigaba esperanza alguna sobre la salvación del Apóstol. El embajador le dio seguridades de que los sacaría -a Madero y a su familia, al vicepresidente Pino Suárez y al propio general Ángeles- y los llevaría sanos y salvos a Cuba.

-No, señor ministro -le respondió con voz cansada y triste el general-. A don Pancho lo truenan.

El embajador Márquez Sterling recuerda la traza que tenía Madero cuando lo vio aquel día, en vísperas de su muerte:

"... Pequeño de estatura, de complexión robusta, ni gordo ni delgado, el presidente rebosaba juventud. Se movía con ligereza, sacudido por los nervios; sus ojos redondos y pardos brillaban con simpático fulgor. Redonda la cara, gruesas las facciones, tupida y negra la barba cortada en ángulo, sonreía con indulgencia y con dignidad. Sonríe siempre Madero, invariablemente sonríe. Pero su sonrisa es buena, honda, franca, generosa...".

En el momento en que Márquez entró Madero se colocaba en el bolsillo del chaleco el reloj con su cadenilla de oro.

-Fíjese usted bien, ministro -le dijo-. A la leopoldina le falta una piedra. No vayan a decir después que me la robaron.

No entendió Márquez Sterling la petición que le hacía el presidente. Después la interpretaría como un oscuro y vago presentimiento de su muerte.

Iniciaron una breve conversación. De pronto Madero quedó pensativo y dijo:

-Un presidente electo por cinco años y derrocado a los quince meses... La Historia dirá que no supe sostenerme... Cometí grandes errores, no cabe duda. Si alguna vez volviera a gobernar me rodearía de hombres resueltos, no de medias tintas... Pero quizá ya es demasiado tarde.

Poco después preguntó:

-¿Sabe usted dónde tienen a Gustavo?

El pobre don Francisco no estaba enterado aún de la terrible muerte de su hermano. Nadie había querido darle el dolor de comunicarle la noticia.

-No lo sé, señor presidente -respondió el embajador de Cuba procurando ocultar el temblor en su voz-.

-Lo habrán llevado a la penitenciaría -siguió Madero pensando en voz alta-. Pero si no lo encuentro en la estación no me embarcaré en Veracruz.

-Señor -dijo el ministro-. Eso comprometería mucho la situación. La vida de usted está antes que todo.

-¿Y Gustavo? -se inquietó el presidente-.

-Ya veremos -dijo Márquez-. Y cambió la conversación.