OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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¡Abajo esas armas!

La prisión de Madero fue el primer paso del doloroso vía crucis que tendría que recorrer el infortunado Apóstol de la Democracia. Cayó en manos de sus enemigos, que eran los enemigos de México, y éstos lo llevaron a la muerte.

-¡Soy el presidente de la República! ¡Abajo esas armas!

Apenas salió del elevador Madero se topó de manos a boca con un piquete de soldados. A las claras se veía que los hombres iban borrachos. Vacilaron los sayones y algunos bajaron sus fusiles.

Pero Blanquet, tembloroso, se llegó a Madero pistola en mano. Con voz que apenas pudo oírse farfulló:

-Ríndase.

Cuatro o cinco oficiales se abalanzaron sobre Madero y lo sujetaron. Uno lo registró en busca de alguna arma. El presidente no traía ninguna. Fue conducido el prisionero a un cuarto de intendencia y ahí se le dejó encerrado y con centinelas en la puerta.

En eso llegó al Palacio Nacional el traidor general Huerta. Por dictado del embajador yanqui iba a ser él quien se hiciera cargo de la presidencia de la República. Los americanos necesitaban tener a un pelele como presidente de México, y aquel títere ebrio estaba que ni mandado hacer para el encargo. Salió Huerta al balcón central del Palacio. Iba, como de costumbre, más borracho que una cuba. Llamó a grandes voces a los escasos transeúntes que iban pasando y les dirigió un discurso.

-¡Me he hecho cargo del poder! -gritó-. ¡La patria se ha salvado! ¡Voy a bajar el precio del pan y la cebolla!

Así dijo aquel grandísimo bribón. No quito ni pongo palabra a su discurso. Prometió el mentecato que bajaría el precio del pan y de la cebolla. Me explico lo del pan, pero a eso de la cebolla no le encuentro más explicación que la borrachera del chacal.

En seguida Huerta se dirigió al cuartucho donde Madero estaba recluido.

-Señor... -balbuceó-.

Y le tendió la mano. Madero lo dejó con la mano tendida. Le dijo:

-Es usted un traidor.

Huerta fue a hablar con los ministros. A uno por uno les tendió la mano: todos menos uno la rechazaron igual que hizo Madero.

Empezaron a repicar las campanas de la Catedral. Esas campanas han sonado lo mismo en alabanza de héroes que en loa de traidores. Por las calles iban llegado los que estuvieron como ratas metidos en la Ciudadela y que ahora desfilaban convertidos en gallardos triunfadores por obra y desgracia de la traición.

Sarita, la esposa de Madero, se había refugiado en la embajada del Japón. De inmediato Vasconcelos fue a ponerse a sus órdenes.

-Le suplico, licenciado -rogó Sarita entre lágrimas- que intervenga ante el embajador americano. La vida de mi esposo está en manos de Wilson. No quiero que le suceda a Pancho lo mismo que le pasó a Gustavo.

Vasconcelos fue a su despacho, tomó el teléfono y llamó a la embajada americana.

-Don't worry, my friend -le dijo Wilson-. Ya les he dicho a these fellows que no sigan matando gente. He acordado con ellos que Madero y su familia sean enviados por tren a Veracruz para que ahí se embarquen al destierro. Usted, mientras tanto, permanezca al margen de todo esto.

En camino hacia la embajada del Japón para comunicar a la señora Madero el resultado de su gestión, Vasconcelos tuvo un pensamiento aterrador: si Madero salvaba la vida salvarían también su honor los vencedores. Pero si Madero era asesinado sus asesinos quedarían manchados para siempre. Era horrible pensarlo, pero lo peor que le podía pasar al apóstol era que los canallas lo dejaran vivo.