OPINIÓN

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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Presidente prisionero.

Es dramático el relato de la forma en que fue aprisionado don Francisco I. Madero por los traidores que se conjuraron en el Pacto de la Ciudadela, urdido por el embajador norteamericano Henry Lane Wilson, para tumbar al primer gobierno que los mexicanos habían elegido con su voto. Al hacer caer a Madero, y luego al permitir su asesinato, el nefasto embajador logró evitar que México entrara en el camino de la democracia, y consiguió que nuestro país girara en torno de la órbita de los Estados Unidos. En ésas seguimos hasta ahora.

En el Salón de Ministros del Palacio Nacional estaba reunido el presidente Madero con algunos de sus más cercanos colaboradores: Ernesto Madero, don Pedro Lascuráin, el licenciado Vázquez Tagle, Serapio Rendón. Se hallaban también miembros del Estado Mayor Presidencial, entre ellos Gustavo Garmendia.

Don Francisco se había retirado un momento a su privado, donde lo esperaba el vicepresidente Pino Suárez. De pronto se oyeron fuertes pasos en el corredor. La puerta del salón se abrió con estrépito y apareció el teniente coronel Jiménez Riveroll.

-¿Dónde está el presidente? -preguntó con voz imperativa.

Madero salió de su despacho.

-Aquí estoy -respondió sereno-. ¿Qué sucede?

Jiménez avanzó hacia él.

-Señor -le dijo-. El general Bravo se ha levantado contra su gobierno y viene hacia acá con 2 mil hombres. Tengo instrucciones de poner la persona de usted bajo la protección del general Blanquet.

Y diciendo así procedió a tomar al presidente por un brazo. A esa hora se sabía ya en el Palacio Nacional que Blanquet era un traidor. Madero reaccionó con cólera.

-¡Suélteme usted! -ordenó airadamente a Jiménez Riveroll-. ¡No se atreva a tocarme!

Con el violento movimiento que hizo para soltarse se le desabrochó a Madero una de las mancuernillas que le sujetaban las mangas de la camisa. El presidente comenzó a abrocharla, pero Jiménez lo asió de nuevo.

-Tengo mis órdenes -repitió-. Sígame usted o lo hago que me siga.

Madero le dio un violento empellón. Garmendia y su gente se lanzaron sobre Jiménez. Este volvió el rostro hacia los soldados que lo acompañaban.

-¡Fuego! -les ordenó.

Los hombres levantaron los rifles y le apuntaron a Madero.

-¡Traidor! -le gritó Garmendia a Jiménez Riveroll.

Y así diciendo lo mató de un balazo en la cabeza. Marcos Hernández cubrió con su cuerpo el de Madero. Sonaron algunos disparos y Hernández cayó al suelo herido mortalmente. Garmendia se interpuso entre los soldados y el presidente. Sin soltar la pistola les gritó con firme voz de mando.

-¡Media vuelta! ¡Marchen!

Y sucedió lo increíble. Los soldados, acostumbrados a obedecer, dieron media vuelta y empezaron a retirarse. Los detuvo Izquierdo, otro de los traidores. Se disponía a ordenarles que volvieran sobre sus pasos cuando el capitán Montes, de la guardia del presidente, le disparó y lo dejó muerto.