Incluso para un director de cine legendario como Martin Scorsese, la tarea era intimidante: tomar una de las famosas salas de época estadounidense del
Museo Metropolitano de Arte y hacer esencialmente una película de un fotograma, sin cámara: un fotograma, no una película, pero usando su sensibilidad cinematográfica. Los actores son maniquíes; el vestuario debe elegirlo el realizador.