El debate acerca de la sobrerrepresentación, como casi todo lo que se discute en esta sociedad polarizada, ya está estructurado de tal manera que sólo una de las partes tiene la razón y la otra está completamente equivocada. Blanco o negro. Todo o nada. Sin embargo, la realidad es infinitamente más compleja. ¿Será posible que, en un asunto tan delicado y en el que hay tanto en juego, podamos ponernos de acuerdo en una solución jurídica que parezca justa y razonable a todos? ¿Se puede aspirar a algo así?