OPINIÓN

La isla y la península

Juan Villoro EN REFORMA

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Michel Houellebecq concibió un título tan sugerente que parecía inútil que le agregara una novela: La posibilidad de una isla. La imaginación le debe mucho a los espacios insulares. En mi libro De eso se trata escribí al respecto: "En Las mil y una noches hay un archipiélago donde los archipiélagos son carnívoros y se alimentan de dedos. Swift propuso novedosas geografías (para atracar en Laputa hay que usar correas: la isla flota en el aire). El abate François Loyer concibió la Isla Frívola, donde se crían caballos frágiles e inútiles que se aplastan con el peso más leve (para cultivar los campos, basta que las mujeres silben). En el Quinto Libro de Rabelais emerge la Isla de Odes; ahí las calles están vivas y se desplazan según su estado de ánimo. También Lichtenberg sintió la tentación insular; más próximo a Swift que a los escritores de aventuras, planeó una novela sobre Zezu, la isla superculta donde los profesores enseñan 'sentido común' y los estudiantes 'viven abatidos'".