OPINIÓN

'La Geniecita'

Guadalupe Loaeza EN REFORMA

4 MIN 30 SEG

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Elena Garro murió sin remordimientos. En su vida hizo casi siempre lo que quiso. Tuvo la fortuna de practicar la felicidad en su infancia, especialmente cuando vivía en Iguala. De niña le encantaba llamar la atención, se sabía muy inteligente y bonita, pero sobre todo, que era divertida. Era pirómana en potencia, por eso los vecinos le temían. Adoraba a su hermana Deva que, según decían en su familia, descendía de los pájaros; también quería mucho a su tío Boni, hermano de su padre, quien había venido de España. Él y su madre Esperanza siempre habitaron en un mundo irreal. "Ellos me enseñaron la imaginación, las múltiples realidades, el amor a los animales, el baile, la música, el orientalismo, el misticismo, el desdén por el dinero y la táctica militar leyendo a Julio César y a Von Clausewitz. Mientras viví con ellos solo lloré por Cristo y por Sócrates, el domingo en que bebió la cicuta, cuando mi padre nos leyó los Diálogos de Platón, que no he releído". Esto le escribió Elena Garro desde París a Emmanuel Carballo. Entre muchas cosas que le dice al crítico literario, Elena le confiesa que en su vida todo le ha pasado al revés. "El hecho de que hubiera un revés y un derecho me preocupaba tanto que cuando por fin logré aprender a leer, lo hice aprendiendo a leer al revés y logré hablar un idioma que solo comprendía mi hermana Deva".