OPINIÓN

La farándula

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

4 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
¡Pobre novio! Un día tenía de casado, y su ardiente mujercita lo había requerido una docena de veces en el lecho del amor. El infeliz andaba ya que no podía sostenerse en pie. "Hagámoslo otra vez" -le pidió la insaciable desposada. "Pero, mi cielo -objetó el exhausto galán-, lo hemos hecho ya 12 veces. ¿Y quieres una más?". "¿Qué? -preguntó ella, molesta-. ¿Acaso eres supersticioso?"... "Me pasa algo muy raro, joven -me dijo aquel trailero-. Cuando ando en el camino quisiera estar en mi casa, y cuando estoy en mi casa quisiera andar en el camino". Era yo estudiante en la Facultad de Derecho de la UNAM, y acomodé mi horario de modo de terminar mis clases los viernes a las 10 de la mañana. Entonces me iba a alguna carretera y pedía aventón a los conductores que pasaban. En esos viajes conocí incontables ciudades y pueblos de nuestro país. Me hospedaba en hoteluchos de mala muerte y de peor vida; comía en los mercados o en la calle. Lo que aprendí en esos peregrinares no habría podido enseñármelo ninguna universidad. Supe de la comedia y la tragedia del vivir. Y ahora me pasa lo que a aquel camionero. Estoy en mi casa y no quisiera salir de ella, pues mi señora ha hecho de ella un paraíso, pero escucho la voz del peregrino y no puedo negarme a su llamado. Paso más tiempo fuera de mi ciudad que en ella. Ya he contado que llego al hotel y me preguntan: "¿Cómo te fue?", y llego a mi casa y me preguntan: "¿Y de dónde nos visita el señor?". Le digo a mi mujer: "Es mi trabajo". "No -replica ella-. Es que te gusta la farándula". Tiene razón. Don Ignacio López Tarso oyó una de mis conferencias, y al final me dijo: "Usted no es un conferencista. Es un actor". Sentí que el gran artista me ponía una condecoración. Acabada la pandemia he vuelto a los caminos. La semana que pasó estuve en San Luis Potosí, en Mérida y en Monterrey. A mis años eso no es poco decir. Tengo buena salud, al menos hasta el momento en que esto escribo. Alguien dirá que es cosa de los genes. Creo que es más bien don de ese Misterio que tantos nombres tiene, entre ellos el de Dios. Mientras él no ordene otra cosa -y yo estoy a sus órdenes- seguiré aquí. Y allá, y acullá. Este domingo estuve en Monterrey, en la Feria Internacional del Libro. Presenté ahí mi conferencia "Confesiones inconfesables". Me asignaron la sala C, la más grande del recinto. Se llenó a su máxima capacidad con un generoso público que con sus aplausos y sus risas me impartió el santo sacramento de la bondad humana. Al final la gente se puso en pie para aplaudirme, y luego formó una larga fila para que le firmara yo sus libros, deleitosa tarea en que pasé más tiempo que el que duró la conferencia. Decir "gracias" a tantas buenas personas que me arroparon con su afecto es decir lo obvio, pero no hay manera mejor de resumir mi sentimiento. Lo mismo digo para mi editorial, el Grupo Planeta, y para el Instituto Coahuilense de Cultura, que conjuntamente organizaron mi presentación. Ahora estoy de nuevo en mi casa, feliz. ¿Cuándo me invitan a viajar otra vez?... Un ebrio consuetudinario, un avaro y un lujurioso pasaron al mismo tiempo de este mundo al otro. Los recibió San Pedro y les dijo que los sometería a una prueba a fin de ver si habían ya vencido sus pecados. Le presentó al borracho una copa de licor. No pudo el ebrio vencer la tentación y la bebió con ansiedad. "Al infierno" -dictaminó el apóstol. Seguidamente, a fin de tentar al avaro, arrojó al suelo una moneda de oro. Al punto el hombre lujurioso le dijo con alarma al avariento: "No te agaches a recogerla. Si lo haces los dos estaremos perdidos"... FIN.