En la sociedad mexicana todavía imperan muchos prejuicios y exclusiones, pero aún así la discriminación por religión, condición física o económica, raza, preferencias sexuales o políticas, género o demás motivos se ha vuelto cada vez más injustificable. Quienes siguen ejerciéndola ya no pueden hacerlo descaradamente y sin el temor de pagar al menos algún tipo de costo social. Necesitan disimular, pretender que sus ideas o prácticas discriminatorias (sean clasistas, racistas, misóginas, homofóbicas, transfóbicas, xenofóbicas, etcétera) en realidad no son eso sino otra cosa. Más que argumentos tienen evasivas; subterfugios endebles y desesperados para tratar de excusar lo inexcusable. Es un triunfo de los valores democráticos -de la igualdad, el pluralismo y la inclusión- que sus antagonistas estén tan desprovistos y a la defensiva, que no puedan militar abiertamente en su contra. Salvo cuando se trata de los migrantes.
Carlos Bravo Regidor (Ciudad de México, 1977). Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México e Historia en la Universidad de Chicago. Es profesor-investigador asociado en el Programa de Periodismo del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).