Escribo para hacer eco del artículo de José Antonio Aguilar Rivera publicado en la revista Nexos de este mes. Es una denuncia, más triste que rabiosa, de la agresión que sufre una ejemplar institución pública de educación superior. El Centro de Investigación y Docencia Económicas ha sido, sin duda, uno de los espacios académicos en ciencias sociales más valiosos del país. Una escuela que ha formado generaciones brillantes de politólogos, internacionalistas, economistas y abogados. Una institución que ha tenido el tino de atraer a los mejores académicos en estas ramas. Un centro universitario que se ha convertido en un foro de discusiones rigurosas y socialmente pertinentes. Un espacio público discreto que ha hecho enormes aportaciones a la comprensión de nuestra realidad, sin dejar de ofrecer alternativas para el cambio. Bajo ningún concepto puede decirse que es una institución monocolor. Sería absurdo tildarla de neoliberal. Su planta de profesores, sus publicaciones, sus actividades académicas dan cuenta de la diversidad de enfoques, perspectivas y orientaciones. Ideológicamente diverso, lo que lo ha cohesionado es su rigor académico. Una escuela exigente con sus alumnos y sus profesores que, al mismo tiempo, ha sido innovadora en sus criterios de inclusión. Un ejemplo para las instituciones de educación superior en el país.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.