OPINIÓN

La cruz sobre el cadáver

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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En una casa de Acapulco estaba don José María Morelos. Tenía a su lado a Felipe Hernández, uno de sus ayudantes, soldado joven y de su mayor confianza, que lo acompañaba siempre en calidad de asistente. Charlaban los dos, Morelos y el muchacho, acerca de las duras fatigas de la guerra en Acapulco. Unos días antes, el 6 de abril de aquel año de 1813, habían llegado los insurgentes a la riquísima ciudad. Después de seis días de asedio lograron tomarla, pero la guarnición española al mando del pundonoroso militar mexicano don Pedro Antonio Vélez se encerró en el fuerte de San Diego, y desde sus altos parapetos bombardeaba de continuo la ciudad. Tronaba día y noche el fuego de los 90 cañones que defendían el fuerte y de los barcos españoles que estaban anclados a su amparo. Inútiles eran los esfuerzos de Morelos por acercarse con sus tropas: los insurgentes eran violentamente rechazados por los cañones y por el nutrido fuego de fusilería con que los sitiados recibían a quienes se acercaban a los muros del castillo. Ni siquiera las arrojadas huestes de María Manuela Molina, una india de Taxco que combatía al lado de Morelos con una tropa de cien indios que la obedecían como a generala, pudieron aproximarse a la tremenda fortaleza.