Es, en efecto, una institución muy pequeña. Jean Meyer la comparó con una pulga. Pequeña por su planta docente, por el número de sus estudiantes, por el reducido número de programas académicos que se imparten ahí. Ha sido, sin embargo, una institución ejemplar y valiosísima para México. Una referencia indispensable en la conversación nacional. Un espacio de formación académica que ha nutrido la administración pública, la diplomacia, la academia, la prensa. Un centro de investigación de altísimo nivel que ha dado luz al país en muchos ámbitos. Sin los estudios que se han hecho en el CIDE en los últimos años estaríamos más a oscuras. No tendríamos las radiografías de nuestra condición que, desde hace décadas, se han tomado ahí. Tendríamos un recuento más pobre de nuestro pasado. Ignoraríamos tramos cruciales de nuestra historia intelectual. Tendríamos menos pistas para la profesionalización periodística. Desconoceríamos la extensión de nuestra intemperie legal, los trucos de la corrupción. Habrían permanecido en la penumbra muchos abusos militares. El CIDE nos ha dado datos, nos ha aclarado ideas, nos ha ofrecido propuestas. Una pequeña y valiosísima institución académica a la que es necesario defender.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.