El trofeo es la ruina. La destrucción se ha convertido en el verdadero orgullo de la "transformación". Destrozar bancos de inteligencia. Quemar el patrimonio público cultivado durante décadas. Purgar el servicio público de técnicos y llenarlo de fieles. Política pirómana: a la demagogia del Renacimiento Patrio se agrega un propósito concreto de realización inmediata: quemar todo lo que represente el pasado. Tirar a la basura la riqueza heredada por considerarla, toda, podrida. Dilapidar la experiencia, perder fuentes de luz, de conocimiento, de prudencia. Decretar la ignorancia como prioridad nacional. Así ha sido con instituciones de cultura y de educación superior, como el CIDE. Así con órganos autónomos, como la Comisión Nacional de Derechos Humanos. La aniquilación institucional ha seguido distintas estrategias. Asfixiarlas presupuestalmente; hostigarlas todos los días desde la máxima tribuna de la república; someterlas con nombramientos de descarada incompetencia y parcialidad. Dejar sus asientos vacíos para que sean legalmente incapaces de actuar. Hemos sido testigos de una terca y exitosa política de devastación institucional. La convicción de la que parte esta política destructiva es la creencia de que todos los órganos del poder público han de entrar en sintonía, han de subordinarse directamente a la voluntad mayoritaria. Si nosotros ganamos las elecciones, el pastel es todo nuestro. Todos los que levanten un pero a la voluntad del supremo, son un obstáculo que ha de ser removido. No hay razón legítima contra nuestra mayoría. Por eso, todo ha de someterse a una sola voluntad.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.