Uno de los bufones que aparecieron en la más reciente campaña electoral tocó una fibra de nuestra nueva política. Surgido del mundo del espectáculo, el candidato de uno de los partidos que aparecieron para perder de inmediato el registro, cortejó a sus electores con una estrategia innovadora: pedía su voto insultándolos. No repetía la vieja escena del beso al bebé y el empalagoso elogio al elector. Corría para mentar madres. Pedía votos abalanzándose a su posible votante con insultos. En lugar del gastado recurso del beso al bebé y las líneas de un programa de acción, el actor mentaba madres. Mientras él era un hombre exitoso, dueño de un enorme patrimonio, los votantes eran unos miserables, unos fracasados. Algo trascendió también del negocio que hacía al prestarse como candidato, pero su aportación al discurso electoral fue otro: el desprecio como vínculo esencial entre político y elector.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.