Nuestras soporíferas campañas están lejos de ser asunto resuelto. No se atreven a decir su nombre, pero de pronto se han cargado de incertidumbre. En el oficialismo ha terminado el teatro de la cordialidad. Nada queda de las sonrisas y los compromisos de unidad. Lo que escuchamos ahora son las acusaciones a las trampas de unos y a las traiciones de otros. El mensaje reciente de Marcelo Ebrard abre la puerta de su salida. Sus acusaciones no son cualquier cosa. Su contrincante se beneficia del respaldo gubernamental, usa recursos públicos y engaña con encuestas falsas. Si ella representa el estancamiento de la "transformación", yo encarno el futuro. Las denuncias del excanciller no son ataques a su adversaria sino a su antiguo jefe. Es a López Obrador y a nadie más a quien van dirigidas las acusaciones de Ebrard. El Presidente permite y alienta una farsa.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.