OPINIÓN

Humor, duelo y furia

TOLVANERA / Roberto Zamarripa EN REFORMA

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Héctor Suárez y Héctor Ortega, dos gigantes del arte mexicano, cimentaron escuela para el arte dramático siempre con un profundo respeto a sus colegas y al público. Del cine al teatro, de lo clásico a la telenovela, sin ceder un gramo de lo suyo. Lo que ellos sedimentaron también tiene que ver con una sencilla congruencia entre su obra de tablas y su vida cotidiana. Escogían y creaban personajes; construían y recreaban situaciones; emplazaban a una sociedad conformista y exhibían a los gobiernos ladrones y déspotas. Mecánica nacional o Lagunilla mi barrio, con Suárez, El Águila Descalza o Calzonzin Inspector con Ortega, fueron en el cine de hace medio siglo apenas unas pinceladas pero cuya influencia traspasó la cinematografía y caló en la reflexión de una sociedad atada.