Acostumbrábamos comer los sábados con mis abuelos paternos y era tradición que, al terminar la comida, mi abuelo nos daba nuestro "domingo" e íbamos los nietos con él a comprar un helado. Esperábamos con ansia ese momento, no por el dinero ni tampoco por el helado; era cuando el abuelo nos contaba una historia al caminar esas dos cuadras para llegar a la paletería y de regreso disfrutando la plática y el helado. Siendo además el nieto más grande y llevando su mismo nombre, sentía que el relato era para mí.