OPINIÓN

Hablador

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
El profesor de Anatomía les dijo a sus alumnas: "Vamos a hablar ahora de esa partecita de su cuerpo que a ustedes las mujeres las mete en tantos problemas". Tras una pausa precisó: "La lengua". Un gastado estereotipo afirma que la mujer es más parlera que el hombre, y más dada a cotilleos o chismes. Eso es mentira. Cuando tuve el honor de ser director invitado de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León, espléndido conjunto cuyo director titular era en aquel tiempo el talentoso maestro Félix Carrasco, dirigí en uno de los programas la "Tritsch,Tratsch Polka", de Johann Strauss II. Eso de "Tritsch, Tratsch" corresponde a nuestro "bla bla bla". La música de esa linda pieza describe el parloteo femenino y el asombro -en un momento dado todos los músicos profieren un "¡Ah!" de sorpresa- ante un desorbitado chisme. Antes de interpretar la polka yo explicaba su sentido, y hacía una declaración que invariablemente arrancaba el aplauso entusiasmado del sector femenino de la concurrencia. Decía que los hombres somos más habladores y chismosos que las mujeres. Alguien que no sabía de vientos ni de palabras inventó eso de que a las palabras se las lleva el viento. No hay tal. Las palabras, una vez dichas o escritas, permanecen. Yo llevo en mí, grabadas como con hierro al rojo vivo, palabras de burla que me dijo algún perverso maestro de primaria, y guardo también en la más tibia página del alma las frases cariñosas que oí de labios de mi abuela Liberata, o el augurio de Barrerita, vendedor de lotería, quien tras leer mis primeras columnas periodísticas me decía con tono de absoluta certidumbre: "Usted va a llegar, Catoncito. Va a llegar". Nunca me dijo a dónde iba a llegar, pero después de 60 años sigo oyendo sus expresiones de bondad. No: a las palabras no se las lleva el viento. Podrá llevarse casas y árboles; podrá llevarse por el aire a Judy Garland en El Mago de Oz, pero a las palabras nada se las puede llevar. Por eso hay que cuidar las que decimos, pensarlas y sopesarlas antes de pronunciarlas o escribirlas. Estoy consciente de que pertenezco a la numerosa especie de los que dan el consejo y se quedan sin él, pero aun así digo -y lo he pensado y sopesado- que Andrés Manuel López Obrador es el Presidente más hablador que en la época moderna hemos tenido, y quizá en todas las épocas. Es hablador en el sentido de hablar mucho, y hablador en el sentido de mucho mentir. No mentirá quien diga que AMLO es un hombre de muchas palabras, pero de muy pocas letras. En su diaria comparecencia mañanera, carpa de la palabrería, dice cosas de mucho peso, como dichas por el Presidente, cuyas consecuencias de seguro no mide, o si las mide es con intención aviesa. Eso de que la Suprema Corte pretende dar un golpe de Estado "técnico" constituye una afirmación aventurada, carente de fundamento; un ataque directo de un Poder de la Unión a otro; una grave acusación que atenta contra la institucionalidad de la República al tiempo que estorba su buena marcha. Y otro dislate igualmente mayúsculo. AMLO declaró, ufano y satisfecho, que los retenes que pone la delincuencia para extorsionar a los viajeros dejan pasar sin molestarlos a quienes trabajan en las obras de su administración. Eso equivale a reconocer a los criminales, a darles las gracias y a propiciar de ese modo sus delitos. Equivale también a decirnos a los ciudadanos: "Ustedes jódanse, que nosotros estamos protegidos". De esa calidad -iba a decir "de esa calaña"- es el régimen que nos gobierna. Por eso vuelvo a repetirlo: un voto el próximo domingo por Morena o por el PT será un voto contra Coahuila... FIN.