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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

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El director del hospital se cruzó en un corredor con una enfermera. Le indicó sorprendido: "Señorita Florenciana: trae usted el busto de fuera". "¡Estos internos! -exclamó la enfermera al tiempo que volvía las cosas a su sitio-. ¡Nunca dejan en su lugar lo que agarran!"... Don Wormilio, el sufrido esposo de doña Gorgona, pasó a mejor vida. Cualquiera habría sido más deseable que la que llevaba al lado de su feróstica mujer. Días después del óbito o tránsito de su marido la consolable viuda quiso saber cómo le iba en el más allá, pues que tan mal le fue en el más acá. Para tal efecto fue a la consulta de una adivina que usaba una bola de cristal con tres agujeros, pues una vez por semana la usaba para jugar boliche. La mujer invocó al espíritu de don Wormilio, que acudió prontamente, acostumbrado como estaba a obedecer. Le preguntó doña Gorgona: "¿Estás en el Cielo?". "No -respondió el finado señor-. Estoy en una pradera llena de vacas con ojos de Juno y redondeadas grupas". "Extraña cosa -se sorprendió la doña-. ¿Reencarnaste en cowboy?". "Mejor todavía -replicó don Wormilio-. Reencarné en toro semental"... Babalucas fue a la librería a devolver un libro. Le explicó al librero: "Tiene demasiados personajes, y nada de acción". "Ah -contestó el hombre-. Usted es el que se llevó el directorio telefónico"... Me hice novio de mi eterna novia un día 27. Desde que me aceptó a su lado le hacía un pequeño regalo el día 27 de cada mes. El primero fue una muñeca existencialista -eran los tiempos- en la forma de Juliette Gréco. La conserva todavía, y la tiene sobre su tocador; una muñeca de 60 años de edad. Guarda también la cajita de Olinalá; el conejito de peluche; la sevillana o chal de encaje con que cubría su hermosa cabellera rubia cuando iba al santuario de la Guadalupana a rezarle sus 46 rosarios. Sus amigas decían que de los dos yo era el más romántico. Ella aceptaba la opinión, y comentaba: "Él vive arriba, y yo acá abajo". Era cierto: ella tenía sentido práctico de las cosas, y yo andaba siempre en la Luna. Por eso cuando nos casamos me pidió que suspendiera lo del regalo de cada mes. "Debemos ahorrar todo lo que podamos" -me dijo. Renuncié entonces a las tertulias vino-literarias con mis amigos; no me dejó ya que la invitara a cenar los sábados en el Café Viena, y eso que pedíamos siempre el platillo más barato de la carta; íbamos al cine sólo dos veces en el mes. Con esos ahorros, y un préstamo bancario que pagamos con indecibles sacrificios, pudimos comprar al paso del tiempo nuestra primera casa, pequeña y modestísima, pero nuestra al fin y al cabo. Qué orgullo sentimos ese par de enamorados muchachillos al invitar a nuestros padres a conocer nuestra residencia de dos cuartos, una cocina y un patinillo en el cual entrábamos nosotros o entraba el sol, pues en él no cabíamos los tres. Hoy es día 27, y mi regalo consistirá en decirle a mi mujer una palabra que los maridos rara vez dicen a su esposa: la palabra "gracias". Gracias por haberme entregado su vida; gracias por guiarme a lo largo de todos los caminos, incluso de los errados que en muchas ocasiones escogí; gracias por haberme dado de comer todos estos años -y de cenar y de desayunar-; gracias por haberme dado hijos que me dieron nietos; gracias por haberme cuidado cuando estuve enfermo; gracias por sus consejos, que tantas veces me salvaron; gracias por estar conmigo ahora que no sé cuánto tiempo podré estar yo con ella. Espero que mi novia acepte ahora el regalo de mi agradecimiento. Otro mejor no puedo darle, pero quiero decirle que sigo tan enamorado de ella como entonces, y que por favor me siga cuidando, pues todavía ando en la Luna... FIN.