Algunos dirigentes en el mundo se han montado en la crisis sanitaria para impulsar la autocratización. Hacerse en esta emergencia de poderes extraordinarios para asumir un mando sin restricciones. La crisis es el parque de los autócratas. Cuando la normalidad se rompe, los poderosos asumen el permiso de hacer cualquier cosa con tal de salvarnos. Se imaginan capitanes de un barco a la deriva que deciden echar por la borda a quien estorba. Recibir trofeos por sacrificar a algunos. Las restricciones que serían inimaginables en tiempos normales son aceptadas y aun agradecidas en tiempos de temor. La amenaza, la incertidumbre, el miedo llaman a un poder decidido y enérgico que no pierda el tiempo en discusiones, que no se tiente el corazón con los pudores habituales y que intervenga con arrojo para derrotar al enemigo. Al crítico que es irrelevante en tiempos ordinarios se le ve ahora con sospecha y al opositor se le cataloga abiertamente como un traidor. El primer ministro de Hungría es, quizá el más adelantado en este impulso autocratizador. Viktor Orbán ha conseguido el permiso de su parlamento para gobernar por decreto. Cualquier ley que le estorbe podrá ser anulada de inmediato. El primer ministro podrá legislar sin intervención parlamentaria. Los procesos electorales quedan suspendidos y se podrá castigar con cárcel a los periodistas que se alejen de su versión de la verdad. Hay que agregar que la dictadura recién fundada en Hungría no tiene plazo límite. El proyecto del populista húngaro de abanderar una democracia iliberal ha recibido del virus el impulso definitivo.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.