CULTURA

Explora Soto Antaki la vida del verdugo

Silvia Isabel Gámez

Cd. de México (04 octubre 2014) .-00:00 hrs

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Maruan Soto Antaki heredó de su madre una de las mayores colecciones de conchas de América Latina. Conoce de cerca ese mundo. Por eso en su nueva novela, La carta del verdugo, la malacología -el estudio de los moluscos- y sus rarezas ocupan un lugar principal.

El cono Gloriamaris, cuenta, mata para sobrevivir, y esa posibilidad de ejecutar al otro lo acerca a los humanos. De ahí a imaginar un verdugo "suplente" en una Francia donde todavía operaba la guillotina, no había más que un paso.

"La pena de muerte da para mucho porque tiene una parte trágica que muestra los absurdos de nuestra sociedad, y eso permite contar historias", afirma el hijo de la escritora Ikram Antaki.

Siria, el país donde nació su madre, fue una colonia francesa. Ella fue criada en esa cultura, y así educó también a su hijo.

"Yo viví en una Francia donde aún estaba presente el espíritu de la guillotina. Desde niño se me hizo escandaloso que hasta 1981 continuara existiendo legalmente".

La carta del verdugo (Alfaguara) comenzó siendo una novela filosófica, pero dio un giro cuando Soto Antaki dedicó 18 meses a investigar cómo era la vida de los verdugos, sus rituales, y las historias de los condenados. "Deseché el 80 por ciento de lo que había escrito".

El protagonista, Bernard Reynaud, pesimista y melancólico, está hecho de retazos de personajes reales. Es un ser desolado, describe, que no logra concretar una relación estable con una mujer, y se atreve a confesar lo que otros callan.

"Creo que es empático en un nivel más interior que exterior", señala. "Bernard es un tipo que saca lo podrido que todos llevamos dentro".

Escribe en su novela que la guillotina no disuadía a nadie de cometer crímenes. "La pena de muerte es absolutamente inútil", subraya. Que en 58 países todavía esté vigente y sea practicada por grupos radicales como el Estado Islámico sólo demuestra, dice, que al ser humano le falta evolucionar.

Aclara que su novela no es un alegato contra la pena de muerte porque no le interesa hacer activismo ni plantear tesis. Quiso reflejar los sentimientos del verdugo y en qué fundamentaba su oficio.

En una novela que supera las 250 páginas, y que asegura haber corregido completa más de 20 veces, debe haber espacio para la esperanza, opina el también autor de Casa Damasco.

Y eso es lo que sucede con Bernard, que sufre una transformación. Después de pasar una vida sin matar, finalmente conoce el crimen. "Es también una novela sobre cómo nos queremos morir, qué es lo último que debemos pensar".