De alguna manera, siempre hay que aferrarse de algo para no caer. De niños, cuando apenas conquistamos los primeros pasos, nos afianzamos a una silla o a las pantorrillas de papá para encontrar el equilibrio. Ya más grandes, de un barandal o de una pared. También nos aferrarnos a la fe, a la ilusión, al amor o al trabajo para no tropezar. Todo, con tal de permanecer siempre estoicos dispuestos a hacerle frente a la vida.