Lo que se juega en la elección del 24 es la sobrevivencia del arbitraje constitucional. Decir que la democracia constitucional está en riesgo no es catastrofismo infundado. Es el registro de una clara amenaza. El Presidente ha decidido heredarle sus enemistades a su sucesora e imponerle su agenda de destrucción. La prioridad legislativa del siguiente sexenio será la que ha definido López Obrador: embucharse a los contrapesos. Las autonomías constitucionales son un estorbo para un proyecto que solo merece entrega ferviente y por eso hay que eliminarlas. Atar el tribunal constitucional y los órganos electorales a la lógica de las elecciones. Hacer de la Suprema Corte otra diputación. Convertir al órgano electoral en una palanca de la mayoría que perpetúe su predominio. La aprobación de la reforma constitucional que propone sería la muerte de los equilibrios esenciales de una democracia. La separación de los poderes tiene sentido no solamente porque la Constitución encarga labores distintas a cada órgano. El artefacto de los contrapoderes funciona porque la fuente de los arbitrajes es distinta de la de los poderes propiamente representativos. Si todos los órganos constitucionales surgieran del evento electoral, si todos persiguieran las pistas de la popularidad, se perdería la estructura de los límites. En lugar de procesar la diversidad del pluralismo cuidando derechos y procedimientos, tendríamos una aplanadora arrasando cualquier discrepancia.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.