Estamos ante una batalla democrática decisiva. Algo podríamos aprender del box. Quien se pone los guantes necesita estudiar a fondo las fortalezas del que tiene enfrente. El boxeador podrá fanfarronear ante las cámaras, pero solo será capaz de dar la pelea si se percata de la fuerza y de la agilidad del contrincante. Un buen pugilista estudia con atención al contrario y advierte sus méritos. Sabe cuál es su gancho más poderoso y su reflejo más ágil. Solo así podrá enfrentarlo. No se prepara para la pelea quien se convence de que su contrincante no tiene fuerza alguna.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.