En el arroyo...
Guadalupe Loaeza EN REFORMA
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Nunca imaginé que pasaría tantos días de mi vida, a esta edad, al borde de un lúgubre y oscuro arroyo. A raíz de una intervención de por sí complicada, por la presencia de un cáncer de hígado neuro-endrócrino que producía hormonas que provocaban todo tipo de síntomas, que nunca había padecido antes. Por noches me hacía chiquita y recorría mi cuerpo a oscuras, con la ayuda de una pequeña linterna. Lo que veía era un horror: los contaminados laberintos sin salida: "estás infectada, sucia, contaminada; por eso tus múltiples náuseas y vómitos, por eso tu falta de energía y tu marasmo". Ya no quería saber más de mi enfermedad. Ah, queridos amigos lectores, cómo los extrañaba en esos momentos. Pensaba que me odiaban por no mantenerlos mejor informados, pero no podía, me estaba muriendo, órgano por órgano, miembro por miembro y célula por célula. ¿Moriría antes que la reina Isabel, que Gertz y que Luis Echeverría? Eso sí, entre mis dolencias procuraba conservar mi sentido del humor lo mejor posible dentro del drama que estaba viviendo.
Descubrió quién es gracias a la escritura y al periodismo. Ha publicado 43 libros. Se considera de izquierda aunque muchos la crean "niña bien". Cuando muera quiere que la vistan con un huipil y le pongan su medalla de la Legión de Honor; que la mitad de sus cenizas quede en el Sena y la otra mitad, en el cementerio de Jamiltepec, Oaxaca, donde descansan sus antepasados. Sus verdaderos afectos son su marido, sus hijos, sus nietos, sus amigos y sus lectores