Alfred Hitchcock hacía una distinción entre la sorpresa y el suspenso en el cine. Algo sabía del asunto. Proponía imaginar dos escenas para entender la diferencia. En la primera hay dos personas que están tomando un café tranquilamente. Platican de cualquier cosa y, de pronto, estalla una bomba bajo sus pies y quedan hechos polvo. Ahí hay una sorpresa. El público del cine saltará de la butaca y, posiblemente, quedará alterado después de la explosión. El suspenso es distinto. El evento puede ser idéntico: una pareja tomando un café y un bombazo. La diferencia es que, en la segunda escena, el público sabe que debajo de la mesa hay una bomba y anticipa lo que parece inevitable. Los espectadores fueron testigos del momento en que se plantó la bomba y se anticipan con ansiedad a lo que va a suceder. El futuro no ha llegado, pero anuncia sus destrozos. Ahí está el suspenso. El público tiene el impulso de gritarle a los actores que corran y salven su vida. El suspenso genera una ansiedad intensa por lo que se percibe como una desgracia terrible.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.