Es difícil discernir la ideología del presidente López Obrador. Es un hombre complejo, de ideas contradictorias. Yo lo he catalogado como un idealista maquiavélico y he señalado que en su visión de la economía mezcla ingredientes estatistas y neoliberales. Con todo, he llegado a la conclusión de que su "doctrina de bolsillo" -la que guía las decisiones casuísticas que le gusta tomar y que relegan las políticas públicas- es una modalidad del populismo asistencialista. En una mañanera reciente reiteró que su compromiso es primero con el pueblo, luego con el pueblo y al final con el pueblo. Santo y bueno. El problema es que para AMLO el pueblo de México parece reducirse a su base de apoyo, a la gente más o menos pobre que lo sigue; para ser más preciso, a los 22 millones de beneficiarios de sus programas sociales. Es un pueblo encogido, excluyente, que deja fuera de sus filas a unos 100 millones de mexicanos.