OPINIÓN

El Plan de Tijuana

Andrés Clariond Rangel EN REFORMA

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En una esquina de Tijuana, con un McDonald's y un 7-Eleven demostrando la supremacía gringa en territorio mexicano, el presidente Andrés Manuel y un grupo de patriotas se reunieron a celebrar el gran triunfo de México en contra de los desalmados norteamericanos.

El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, apareció como un soldado recién llegado de una guerra comercial que aunque no lo dejó sin un brazo o le hizo perder la vista, lo dejó, palabras suyas, algo cansado. Sin duda tiene sus ventajas pelear en una oficina y no en campo abierto.

Marcelo ofrendó el cansancio a su jefe el Presidente, quien a últimas fechas puso de lado los adjetivos e insultos y pidió la unión de los mexicanos. Porque ante la amenaza extranjera, fifís y chairos deben darse la mano. A fin de cuentas, para los gringos todos somos frijoleros: unos con bolsa Louis Vuitton y otros con una de Aurrera, pero puros tercermundistas inferiores.

Apasionado de la historia, el presidente de México sentía que en el evento celebratorio de Tijuana se estaba escribiendo una página de un futuro libro de texto. ¿Qué otra cosa se estaría imaginando AMLO mientras un intenso sol golpeaba su cara en el presídium? ¿Una placa que dijera "aquí se festejó el Plan de Tijuana"? ¿Una oda o una canción dedicada a los héroes de la 4T?

Lástima que en su inmensa sabiduría del pasado de México a López Obrador se le peló un dato que hubiera engrandecido su aquelarre sobremanera. Si lo hubiera hecho un día antes, hubiera coincidido con la famosa entrada de Francisco I. Madero a la Ciudad de México. El 7 de junio de 1911 el héroe del actual Presidente avanzó triunfante por las calles de la capital una vez derrocado Porfirio Díaz.

En mala hora Andrés Manuel no se percató de esto. Y no es excusa que un día antes el gobierno mexicano no había llegado a un acuerdo con Trump, el mitin en Tijuana se planeó con mucha antelación. Lo que sí podría explicar la decisión del Presidente de hacerlo el 8 de junio es que buscó una fecha libre de sucesos magnánimos.

AMLO quería el pastel entero para él y una fiesta llena de invitados VIP, lo que llevó a la ciudad fronteriza a desbordarse de celebridades del mundo político, cuya presencia no significó que todos pudieran hacer uso de la palabra. Incluso algunas de las personalidades más queridas por los Morenos, como la diputada Tatiana Clouthier, ni siquiera alcanzaron lugar en el presídium.

El primero en hablar obviamente fue el soldado Ebrard, quien bajo sus lentes de sol dijo, y lo repitió en su cabeza para convencerse, que salió de Washington con la dignidad intacta.

Posteriormente explicó a lo que se comprometió el gobierno mexicano y el supuesto compromiso de Estados Unidos de promover la inversión en Centroamérica, lo cual en tiempos de nacionalismo trumpiano sonó a chiste.

A Ebrard le siguió una mezcla variopinta de oradores representativa del tutifruti que es la 4T. Representantes de Iglesias alabando tanto a Dios como a AMLO, el regio Salazar Lomelín con más aires de poeta que de empresario usando metáforas en las que ponía a todos los mexicanos envueltos en la bandera, el diputado Muñoz Ledo con su sinceridad habitual tomando el papel de aguafiestas y denunciando la incongruencia del acuerdo con Trump.

Por último, entre vítores de sus seguidores, tomó el micrófono López Obrador y enunció la cantidad de cosas que hay en común entre México y Estados Unidos para después hacer un recuento de momentos en los que la potencia americana le ha echado la mano a nuestro país.

Casi al final del discurso, AMLO levantó su puño izquierdo y alzó la voz: "Debo reconocer que hubo voluntad para buscar una salida negociada al conflicto de parte del presidente Donald Trump... por eso no le levanto un puño cerrado, sino una mano abierta".

¿Le hubiera levantado el puño Andrés Manuel a Trump? Desgraciadamente no se ve cómo. Donald Trump lo sabe y seguirá haciendo uso de su poderío para humillar a México y conseguir lo que quiere.