El placer de leer
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA
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Pepito le pidió a su mamá que le comprara una sandía. Quería llevar esa fruta a la escuela. Preguntó la señora, extrañada: "¿Para qué quieres llevar una sandía a la escuela?". Explicó Pepito: "Ayer le llevé una manzana a la maestra y me dio un beso. Si le llevo una sandía quién sabe qué me pueda dar"... En el curso de mi vida he oído monumentales sandeces. (Y las he dicho también, para no quedarme atrás). Una de las mayores es la que no hace mucho dijo un señor de nombre Marx Arriaga, perteneciente a la burocracia de la 4T, quien declaró que el gobierno no ve en la lectura un acto individual de goce, sino un medio para formar sujetos críticos que busquen la emancipación de los pueblos. Quien ame los libros pensará al punto que ese concepto utilitario de la lectura desvirtúa su esencia, y a más de eso la prostituye, si me es permitido el melodramatismo, al hacer de ella un instrumento de propaganda al servicio de una ideología. Los buenos libros contienen en sí mismos la semilla de la libertad. Creo haber escrito aquí que en mi biblioteca -en la cual además hay una casa- yo tengo dos letreros. Uno advierte: "No presto libros. Esta biblioteca está hecha con libros que me han prestado a mí". El otro ostenta una frase perteneciente a Vicente Espinel, una de las muchas glorias del Siglo de Oro de España. Dice esa frase: "Los libros hacen libre a quien los quiere bien". La lectura debe ser por esencia un acto individual y libre. De otro modo ya no es goce: es tarea. La peor forma de tratar de que alguien lea es obligarlo a leer. Yo me acerqué a los libros porque vi que mis padres disfrutaban de ellos. Mis hijos me vieron leer y adquirieron el hermoso vicio de la lectura, el único vicio impune. Por el mismo camino van mis nietos. Quizá no vamos a emancipar a ningún pueblo, pero nos hemos emancipado ya nosotros de sectarismos dogmáticos y obsoletos como los que asoman el rabo por entre la facciosa idea que de la lectura tiene Marx (Arriaga). A ese respecto aplaudo, y con las dos manos para mayor efecto, al escritor y poeta Juan Domingo Argüelles, quien en su libro El vicio de leer, aparecido bajo el prestigioso sello de Laberinto y glosado en la sección cultural de Reforma, señala el resurgimiento de "la epidemia ideológica y moralista", "ésa que ve en los libros no tanto sus virtudes literarias como sus posibilidades para el adoctrinamiento, sobre todo entre aquellos lectores que, cándidos o no, están dispuestos a creer ciegamente que los libros, y con ellos los autores y los lectores deben estar al servicio del poder y sus delirios". Buscaré ese libro para rendirle el mejor homenaje que a un libro se puede tributar: leerlo. Ojalá no sea boicoteado por la soterrada censura del régimen... La chica que se iba a casar le comentó a su madre: "Me preocupa Leovigildo. Dice que el infierno no existe". "No te preocupes, hija -la tranquilizó la señora-. Entre tú y yo lo convenceremos de lo contrario"... El inexperto mancebo llevó a pasear a su novia en su lancha motora, y se alejó demasiado de la costa. No calculó bien el tiempo; la noche cayó de súbito y se hizo la más absoluta oscuridad. El desaprensivo muchacho se vio perdido; no sabía qué hacer ni qué rumbo tomar. Para colmo empezaron a fulgurar bien cerca los relámpagos de una inminente tempestad. "¡Dios mío! -clamó desesperado el inexperto nauta-. ¡Si nos ayudas a llegar a puerto renunciaré al licor, renunciaré al tabaco, renunciaré al juego, renunciaré a...". "Ya no renuncies a nada más -lo interrumpió su noviecita-. Allá se ve la luz del faro"... FIN.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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