El paisaje

Una vez estuve a punto de ser la habitación de al lado de un amigo querido. No me atreví. Qué mal por mí, qué bien por mí. Mi amigo se fue a buscar esa habitación al otro lado del océano. Hablábamos mucho del paisaje de esta ciudad, mi amigo y yo, cerveza en mano y trepados a la azotea de mi edificio entre mallas metálicas y calzones relucientes de algodón blanco del guardia de seguridad que lavaba ahí su ropa y vivía en un cuarto diminuto de ese último techo. Borrachos de contemplar volcanes y soles ambarinos, concluíamos siempre que la Ciudad de México sabe atardecer.