OPINIÓN

El otro Donald

Guadalupe Loaeza EN REFORMA

4 MIN 00 SEG

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Seguramente, una vez más, Kamala Harris, no recibió felicitación alguna por parte de su padre, Donald J. Harris, el domingo pasado por su cumpleaños número 60. Tal vez, la vicepresidenta de los Estados Unidos ya está acostumbrada a los desaires de su padre de 86 años, ¿acaso padre tan distante, no se negó a asistir al entierro de Shyamala Gopalan Harris, una científica biomédica fallecida en el año 2009 y acaso no se abstuvo de asistir a la boda de su hija con Doug Emhoff en una ceremonia muy íntima en Santa Bárbara, California? ¿A qué se debe tanto alejamiento entre ambos? ¿Cómo es posible que un padre, un economista muy distinguido de la Universidad de Stanford y profesor emérito de Economía respetado y muy reconocido, y una hija que está a punto de ser la primera presidenta negra de los Estados Unidos, no tengan ningún tipo de contacto? He allí una herida no cicatrizada desde que los padres de la candidata demócrata se divorciaron en 1972 cuando ella tenía apenas cinco años, y el padre perdiera una larga batalla por la custodia de sus dos hijas. Desde entonces ha vivido con ese vacío y el padre, vuelto a casar, probablemente también. Gracias al espléndido reportaje tan acucioso, sobre los Harris, de Robert Draper del New York Times, en español, me enteré no sin tristeza que a pesar de que viven en Washington a tan solo tres kilómetros de distancia uno del otro, no han hecho ningún esfuerzo por encontrarse, ya sea por azar o porque tal vez se dieron cita en una cafetería. ¿Qué sentirá Donald J. Harris, cada vez que en su camino se topa con la propaganda de su hija con grandes carteles invitando a los ciudadanos a que voten por ella? ¿Cómo evitará hablar de ella con sus amigos y alumnos acerca de las elecciones presidenciales, sin mencionar su nombre? Y al encender la televisión, la radio o cualquier otro medio de comunicación, ¿qué se dirá en sus adentros al descubrir cada minuto el nombre y el rostro de su hija? Es conocido que cuando se amputa un miembro, el o la afectada, sigue sintiéndolo como si todavía lo tuviera. Así ha de sentir Kamala, quien prácticamente nunca ve a su padre, ni lo ha frecuentado desde hace años, aunque allí está, sigue presente. Me da mucha pena por la demócrata porque en apariencia, no está completa, ha de vivir la ausencia del padre, como si fuera una asignatura pendiente, un círculo sin cerrar, o bien, un asunto sin resolver. No obstante, en algunos de sus discursos, sí llega a mencionar a Donald Harris, pero escasamente, en cambio, nunca olvida evocar a su madre cada vez que puede y con muchos elogios y lágrimas en los ojos, al igual que con una evidente admiración y nostalgia.