Si el regulador no genera inversión, innovación, nuevos negocios, servicios y la habilitación de derechos humanos; si no promueve un entorno competitivo vibrante; si el mercado fortalece sus ineficiencias; si mantiene privilegios en mercados diferenciados; si la competencia se sustituye por el lobby regulatorio y mediático; si no comparte su pensamiento con los órganos de gobierno y legislativo, sus retos y oportunidades; si se obsesiona en los procesos y no en los resultados; si no visibiliza la oportunidad digital y la comparte, si regula para quedar bien con unos y con otros; si olvida la inclusión digital, si no pondera el impacto nacional, regional y global de sus decisiones, si no regula para el ciudadano, el regulador está haciendo algo mal o no está haciendo nada.