COLABORADOR INVITADO / Germán Martínez Cázares EN REFORMA
Cuando Sócrates alzó la copa y bebió el veneno para morir, Platón estalló en lágrimas de tristeza, "comencé a sollozar, por mí, porque no era por él, sino por mi propia desdicha", escribió en Fedón. Platón se da cuenta de que la muerte de su maestro es su propia muerte, es su dolor, su zozobra. La defunción sólo existe en el fin de los demás, no en el fallecimiento personal. Dicho de otro modo: la extinción de un familiar, un vecino, un semejante, debe conmover, cuestionar e interpelar al superviviente. La indiferencia frente a la agonía del otro me vuelve cómplice, diría mucho más tarde el enorme filósofo judío Emmanuel Lévinas.
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