No es la mentira sino la hipocresía la transgresión imperdonable en estos tiempos. Los mentirosos pueden correr con buena suerte, si es que logran presentarse como auténticos. La autenticidad parece ser el valor político supremo. Quien se muestra tal cual es, quien es visto como franco puede convertir en admirables todos sus vicios. Odia, pero es sincero en sus odios. Destruye porque es fiel a los dictados de su proyecto. Le tiene sin cuidado la verdad porque lo impulsa una convicción tan intensa que no se detiene con las nimiedades de la veracidad. La autenticidad es el gran valor y la gran coartada. Por eso la desgracia del mentiroso en nuestro tiempo es que sea descubierto como hipócrita.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.