Tal vez hasta sus sueños son consignas. Tal vez sueña con las mismas frases hechas que repite mil veces. En un pasaje de Subir a respirar, George Orwell habla de un fanático de la autenticidad. Habla como una grabadora que repite siempre los mismos lemas. Los repite no solamente con pasión sino con sinceridad. No es una pose: el fanático cree cada palabra que dice. Cree en sus consignas profundamente y sin reservas. Cada lema es como una palabra sagrada para él. El personaje que describe Orwell está políticamente de su lado: es un antifascista. Pero la manera en que ese camarada cree lo que cree lo convierte en un sectario, en un odiador que ha decidido cerrar los ojos detrás de sus convicciones. No hay pose, no hay impostura en su obsesiva recitación. Todo lo contrario: en él hay una convicción fogosa y sincera. El antifascista que describe el narrador no puede más que hablar de su batalla. A cualquier provocación e, incluso sin ella, habla de la épica a la que ha decidido entregar su vida y su razón. Es una máquina que repite siempre el mismo discurso: democracia contra fascismo; democracia contra fascismo, democracia contra fascismo. Al narrador le da curiosidad la vida privada de este personaje, pero de inmediato se pregunta, ¿tendrá vida privada? ¿O será que se la pasa dándole vuelta eternamente al mismo disco? Soñará, seguramente con sus consignas.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.