Enrique Metinides no para de hablar. Las anécdotas de una vida de 82 años, 73 como fotógrafo de la nota roja, le dan para platicar por horas.
Su carrera empezó a los 9 años, cuando los policías que iban a comer al restaurante de su papá vieron sus fotos y lo dejaban acercarse a capturar delitos y víctimas. Poco tiempo después le publicaron su primera fotografía en la prensa.
Trisha Ziff tituló
El hombre que vio demasiado al documental que le hizo a Metinides, del que se desprende la exposición del mismo título que abrirá el sábado en el
Foto Museo Cuatro Caminos.
Al preguntarle al fotógrafo si considera adecuado el título del filme, no se detiene a contestar la pregunta, sino que cuenta otra anécdota de alguna de las imágenes que han quedado inmortalizadas en páginas de periódicos desde los años 40.
La exposición incluirá cerca de 120 imágenes tomadas desde sus inicios, en los años 40, hasta finales de los 90, del blanco y negro hasta el color.
"Antes no se veía sangre en ninguna de las fotos, incluso en blanco y negro. Las imágenes las retocaban para quitarle cualquier rastro de sangre. Uno tomaba a los peritos revisando evidencia, o las fotografías de las víctimas en vida. Una vez fue portada la foto de un perico, por ser el testigo del crimen", refiere.
La usanza de la época era relatar crímenes de una forma novelada que envolviera a los lectores, quienes a la par de la lectura veían una serie de fotografías no de cuerpos inertes, sino todo el entorno del crimen.
Metinides recuerda que él mismo reporteaba las historias, aunque no las escribía. Luego compartía información con los reporteros, entre ellos Manuel Buendía, con quien trabajó cuando éste cubría nota policiaca.
"Yo me subía a la ambulancias a tomar fotos y yo iba en la ambulancia el día que lo mataron. Yo fui el que lo reconocí, porque nadie sabía de quién se trataba", recuerda.
A pesar de tener ya una lista larga de exposiciones tanto en México como en el extranjero, Metinides se ha perdido muchas porque le tiene pavor a volar.
Cuenta que, cuando tenía 7 años, unos vecinos un poco más grandes que él lo colgaron de la azotea de un edificio de ocho pisos, dejándolo 'ciscado' de por vida. Pero la valentía para entrar, escalar y subirse a cuanto lugar pudiera para obtener una foto, siempre la tuvo.
"Sufrí 19 accidentes de muerte y de todos me salvé. Eso sin contar los que no eran de muerte", cuenta.
A Lecumberri iba a diario, lo mismo que a la Cruz Roja, al hospital en donde estaba el Servicio Médico Forense y a otras oficinas en donde se detenía a los delincuentes.
Una de las claves de su trabajo fue darle lugar a los mirones.
"Eso lo aprendí de las películas de gángsters que veía en el cine".
Ésas fueron a las que emulaba cuando empezaba a tomar fotos en su infancia.
La exposición coincidirá con la transmisión del documental en las salas de la Ciudad de México.