No son certeros los términos que hemos usado para describir la obsesión y la fuga. Los llamados a que el hombre recapacite para que examine el efecto real de su actuación parecen absurdos. ¿Alguien podría imaginarlo? Después de una conversación, el inflexible finalmente se sienta a examinar los datos y las advertencias. Hace espacio para la reflexión y concede fundamento a alguna crítica. Al día siguiente corrige. ¿Alguien imagina esa metamorfosis? Por eso me parece ingenuo pensar a estas alturas que la intervención de algún consejero podría abrir la mente del enquistado. Tenemos abundante evidencia de que no tiene oído más que para su propia voz y la de quienes le hacen eco. Las crisis, lejos de espabilarlo, han reforzado su hermetismo, lo han encapsulado en su alcázar de espejos, le han dinamitado el discernimiento elemental. Evadiendo sistemáticamente el presente, su discurso es cada vez más destemplado, más vehemente y más grotesco.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.