Los partidos viven para los votos. Son organismos dedicados a buscar votos, a tratar de mantenerlos o recuperarlos. Todas las fibras de esas organizaciones deben dedicarse a comprender los impulsos del elector. Un partido saludable sabe dónde están los votos y, sobre todo, qué significan. Su sobrevivencia depende de su capacidad para reaccionar a su estímulo: asumir la responsabilidad de gobernar, si gana; asumir el deber de cambiar, si pierde. Tan absurdo sería que un partido político que, tras ganar las elecciones, se negara a ejercer el poder, como el que un partido derrotado se resistiera a renovarse. Los rituales democráticos lo anuncian tan pronto se cuentan las papeletas. Los ganadores ratifican su programa y anuncian sus prioridades; los otros aceptan la sanción y anuncian el relevo que se dedicará a recuperar la confianza.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.