Cuánta lucidez, cuánta sabiduría puede encontrarse de pronto en el pesimismo más profundo. Frente al escapismo de la ingenuidad o a la simpleza reactiva de la rabia, el pesimismo reconoce la naturaleza trágica de la historia. Somos una especie negada al aprendizaje. Al contemplar el horror inevitable que nos acecha el pesimista muestra una claridad moral que afina el sentido de responsabilidad. El mundo no camina a la justicia y más vale abrir los ojos ante las desgracias que vienen. Pienso en esto después de leer el desolador artículo de David Grossman que tradujo el diario El País hace unos días. Mi país, dice el escritor israelí, será más derechista, más militante, más racista después de esta guerra. La nueva guerra alentará los prejuicios más odiosos y extremos y con ellos se esculpirá nuestra identidad.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.