OPINIÓN

El bolerito

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
He aquí una escueta descripción del matrimonio. Primero: "¡No acabes!" y después: "No empieces"... El cuadro, pintado al óleo, es un collage. Se llama "El bolerito", y representa a un pequeño lustrador de calzado contando por la noche, en un cuartucho hecho de láminas y tablas, las escasas monedas que recibió ese día en su larga jornada de trabajo. La figura del niño, de rodillas en el piso de tierra, está alumbrada por la luz de una vela que da a la escena una atmósfera dramática. Pegados a la pared del cuchitril, como para tapar quizás alguna grieta, hay pedazos de periódico. En ellos se alcanzan a leer palabras como "pobreza", "frío" y "muerte". Se ve también el logotipo del PRI. Yo tenía 20 años, y era reportero novel en un periódico de Saltillo, El Sol del Norte, perteneciente a la entonces poderosa Cadena García Valseca. Iba camino de mi trabajo cuando pasé por una galería de arte donde se exhibía la obra de un pintor local. Entré por curiosidad, y de inmediato uno de los cuadros captó mi atención: "El bolerito". Largo rato estuve contemplándolo antes de ir a mirar las demás pinturas. Volví al día siguiente a ver únicamente aquélla. Se me acercó entonces el pintor. Me dijo: "Le gusta el cuadro, ¿verdad?" Respondí: "Mucho. Lo vi ayer, y regresé hoy a verlo otra vez". Me preguntó: "¿Por qué no se lo lleva?". "No puedo pagarlo" -contesté. El cuadro costaba 600 pesos. Era lo que ganaba yo en un mes en el periódico. "Lléveselo -me dijo el artista, y páguemelo como pueda. Más que el dinero me importa que mis cuadros queden en manos de personas que sepan apreciarlos". Me llevé la pintura, y se la pagué como pude: este mes 50 pesos, 100 el otro, 30 el siguiente, y así. Tan orgulloso estaba de mi cuadro que lo puse en la pared frente a la cual tenía mi escritorio en el periódico. La pintura le dio vida no sólo a aquel muro, sino a toda la sala de redacción. Sucedió que un día el mismísimo coronel García Valseca, dueño del periódico, lo visitó. Al pasar frente al cuadro se detuvo a verlo. "Qué buen cuadro", comentó antes de seguir su camino. Fui llamado por un funcionario que acompañaba al coronel. "Me dicen que el cuadro es suyo. Se lo compro". "Perdone, pero no lo vendo". "Lo quiero para regalárselo al coronel. Le doy por él 5 mil pesos". ¡5 mil pesos! Era casi mi sueldo de un año. Confieso que vacilé un poco antes de responder: "De veras, no lo vendo. Es un cuadro que quiero mucho". Ese mismo día, terminada la visita de García Valseca, me llevé la pintura a mi casa, no fuera a ser que algún oficioso adulador del coronel, o de su funcionario, dispusiera de ella. Quiero mucho, en efecto, a ese cuadro. Lo tengo todavía, en sitio preferente de mi casa. Su autor es Eloy Cerecero Sandoval, pintor extraordinario y hombre de calidad humana excepcional. Ronda ya los 90 años, y sigue pintando con la misma excelencia y entusiasmo de aquellos tiempos. Me enorgullece que hoy, a más de ser mi amigo, es mi compadre. Hace unos días se inauguró una exposición de su obra en la galería del Centro Cultural Vito Alessio Robles. La presentó su directora, la maestra Esperanza Dávila Sota, que a su vastísima cultura añade su calidad de diligente funcionaria. Me alegró ver que el recinto se llenó con admiradores de la obra de Eloy, gran artista, gran persona. Un pensamiento triste, sin embargo, me apareció de pronto. Más de 60 años han pasado desde que compré aquel cuadro, y el bolerito sigue contando su miseria en este país donde los pobres siguen siendo los mismos pobres y los políticos siguen siendo los mismos políticos... FIN.