OPINIÓN

El altar y el trono.

LA OTRA HISTORIA DE MÉXICO / Catón EN REFORMA

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De mis lecturas sobre la historia del conflicto religioso he sacado una conclusión: el pueblo católico mexicano actuó con heroísmo; la Iglesia Católica mexicana actuó con mezquindad y torpeza.Quizá es injusta mi apreciación, pero hay historiadores católicos que dejan entrever la misma convicción. Sus testimonios nos hablan de una Iglesia que lanzó a sus fieles a una lucha desesperada y luego los abandonó a su suerte, y aun los traicionó firmando a espaldas de ellos unos "arreglos" que en nada contribuyeron a mejorar la situación de los católicos, y que incluso fueron causa de que muchos de ellos perdieran la vida o la libertad cuando ya el conflicto, supuestamente, había terminado.Pero recobremos el hilo de la historia. Después de oír las demandas del arzobispo Ruiz y Flores -todas las rechazó- el presidente Portes Gil redactó una declaración y la sometió a la consideración del dignatario. La Iglesia Católica, expresaba la tal declaración, estaba en libertad de reanudar los cultos públicos "de acuerdo con las leyes". -Señor presidente -respondió el arzobispo-. Con perdón suyo, esa declaración ni siquiera la someteré al juicio del Santo Padre. Desde ahora puedo decirle que no la aceptará.-Yo creo, señor arzobispo -replicó Portes Gil-, que la declaración es suficiente para que la Iglesia pueda sin desdoro volver a abrir los templos. Otra cosa no puedo conceder.-Pues habrá que buscar algún otro arreglo -insistió el jerarca-.Una semana había pasado desde que se iniciaron las conversaciones entre Ruiz y el presidente. Nada se había conseguido. El 18 de junio monseñor Ruiz y Flores recibió una extraña y sorprendente visita. El visitante era nada menos que el embajador Morrow, de los Estados Unidos.-Señor arzobispo -le dijo-. Recibí una copia de la declaración que el presidente Portes Gil sometió a la consideración de usted. Sé que la Iglesia juzga inaceptables sus términos, pero créame si le digo que nada más se podrá obtener por ahora del gobierno. Esto es lo más que el presidente puede conceder. Será inútil insistir.Nervioso, el arzobispo requirió la presencia de dos asesores suyos, un señor de apellido Cruchaga y el padre Walsh, norteamericano. Ambos manifestaron su opinión en el sentido de que lo dicho por el embajador era la verdad: por razones jurídicas y políticas el presidente Portes Gil no podía acceder a lo que solicitaba la Iglesia. Si se quería terminar el conflicto había que conformarse con la vaga y ambigua declaración presidencial.Ese mismo día el arzobispo envió un mensaje urgente a Roma. En él pedía autorización para pactar con el gobierno un "modus vivendi", es decir, un arreglo que, aun provisional, sirviera para acabar el doloroso conflicto que seguía afligiendo a los católicos.