El Ejército mexicano espía periodistas y defensores de derechos humanos. Interviene la comunicación de profesionales que no cometen un delito, sino que desarrollan, desde la independencia, una función pública de enorme importancia. El teléfono de Ricardo Raphael, el de un periodista de Animal Político y el del activista Raymundo Ramos fueron infectados por un complejo sistema de espionaje que secuestra toda la información de un equipo móvil. No creo que haya, en el escenario contemporáneo, algo más grave que eso. Si queremos entender las implicaciones de la apuesta militarista hay que detenerse ante desplantes de arbitrariedad como éste. El espionaje militar de civiles que ejercen la crítica revela el gigantesco costo de la alianza presidencial. El gobierno ha alimentado un monstruo que amenaza las libertades públicas.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.