OPINIÓN

Echeverría irredimible

Enrique Krauze EN REFORMA

4 MIN 00 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Una sola obsesión guio a Luis Echeverría desde su toma de protesta en 1970 hasta el final de su larga vida: borrar su responsabilidad en el 68. En La presidencia imperial documenté el modo maquiavélico con que operó durante los tres meses cruciales del movimiento estudiantil para alcanzar un triple propósito: lograr la confianza de aquel presidente cruel y paranoico, descarrilar a sus adversarios en la carrera por la sucesión y finalmente tramar la provocación al ejército en Tlatelolco para luego transferirle la culpa de la masacre. Una vez sentado en la Silla, intentaría -Lady Macbeth en Los Pinos- lavar la sangre de sus manos.