OPINIÓN

Dueños del agua

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
"Veinte posiciones para hacer el amor". Tal era el sugestivo título del libro que don Frustracio estaba leyendo en la cama. Muy distinto el nombre del que a su lado leía doña Frigidia, su mujer. Se llamaba "21 pretextos para no hacer el amor cuando no quieras hacerlo"... Una señora se presentó ante el juez de lo familiar y le dijo de buenas a primeras que quería divorciarse de su esposo. El juzgador le preguntó por qué. "Verá usted, señor juez -explicó la demandante-. Mi marido tiene un hermano gemelo tan parecido a él que siempre los confundo. A veces mi cuñado viene a la casa, se hace pasar por mi esposo y tenemos sexo". "¡Qué barbaridad! -se consternó el letrado-. Este es un caso sumamente delicado. Pero alguna diferencia debe haber entre su marido y el hermano de él". Respondió la señora: "La hay. Y la diferencia es muy grande, señor juez. Por eso quiero divorciarme de mi esposo"... Soy el afortunado dueño de un chorro de agua pequeñito en copropiedad con el señor don Dios. No es mucha esa agua que encontró mi buen amigo Sergio García y que sacó a la luz otro amigo bueno, Poncho Garza, pero bastó para regar los pinos piñoneros que plantamos hace años y que ahora nos dan piñones que compartimos amistosamente con las cotorras serranas, ruidosas visitantes en tiempo de cosecha. Ese paraje, llamado "El temporalito", era un erial. Ahí se daban solo matorrales y huidizas liebres. Ahora es un bosquecillo que nos brinda verde belleza y fresca sombra, a más de los piñones de cutis amujerado que antes dije. Nada de eso existiría de no ser por el agua, portadora de la vida. Hay una cosa: el agua tiene dueño. No es como el aire, al que cantó Neruda en una de las bellas odas que componía cuando se quitaba de escribir panfletos. El aire no es del hombre. Lo poseen las alas de los pájaros, las nubes, las hojas de los árboles. El agua, en cambio, es de Juan o de Pedro. Aunque la veas correr libre por el campo en la forma de acequia, arroyo o río, pertenece a alguien. Si vas a Arteaga, hermosa villa, Pueblo Mágico cercano a mi natal Saltillo, te deleitará ver la clara linfa que corre bajo los centenarios álamos y los sabinos que nuestros bisabuelos conocieron. Pues bien: esa corriente no es res nullius, como decían los romanos de lo que no era de nadie. Tiene dueño: una hora es de Fulano, dos de Mengano, tres de Perengano, que la cuidan como preciado bien, pues con ella riegan los huertos o labores de donde sacan el pan para sus hijos. Por eso no se debe hablar con ligereza de llevar el agua de tal parte a tal otra, o de quitársela a unos para darla a otros. Mientras Diosito se acuerda de que se le ha olvidado convertirse en lluvia, hay que buscar en diálogo de todos, con prudencia y buena voluntad, la manera de dar agua a quienes la están necesitando. Aquí no caben demagogias, y menos aún abusos o ilegalidades. ¡Aguas!... El padre Arsilio les preguntó a las señoras que asistieron al retiro: "¿Saben ustedes qué diferencia hay entre adulterio y fornicación?". "Ninguna, padre -se apresuró a contestar Ligeria, la coqueta del pueblo-. Yo he cometido las dos cosas y se siente exactamente igual"... La abuela era algo sorda. Dos de sus nietas mayores estaban charlando cerca del sillón en que la anciana señora solía sentarse. Una de ellas hizo alusión a un pueblo que había visitado en el cual la tierra era tan buena, y el clima tan propicio, que las frutas y legumbres que ahí se cosechaban alcanzaban tamaño inusitado. "Mira -le dijo señalando con ambas manos-. Las naranjas son así de grandes, y los pepinos así". Preguntó con notorio interés la abuelita: "¿Quién? ¿Quién?"... FIN.