OPINIÓN
Roberto Gómez Junco EN REFORMA
MIN SEG
El escenario para el partido era magnánimo, en ese precioso estadio rodeado por los inmensos árboles milenarios que tienen mucho tiempo ahí. Al recibir el gol en contra, al conjunto local no le quedó más que sacar la carne del refrigerador, y empezó a presionar a tal grado que el visitante ya no quería queso sino meterse en la ratonera conforme iba viendo que todo se le ponía color de ardilla, aunque cuando podía seguía atacando esporádicamente y de vez en cuando.
Pero al final toda la presión ejercitada quedó en simples patadas de ahorcado, porque de nada sirve echarle tanta agua al cántaro cuando ya se rompió; y así el técnico perdedor, que siempre se ha sentido el non pelustra, el papá de los pollitos, tuvo que resignarse y confirmar por catorceava ocasión que cae más pronto un hablador si es cojo. Entiendo que los espectadores se hayan quedado con la sensación de que les dieron pato por liebre, pero una cosa es sentirse desfalcado por el espectáculo ofrecido, y otra muy distinta arremeterse contra el primero que se te ponga detrás, sin afrentar las propias responsabilidades y bajo el pretexto de que así somos porque eso es parte de la indiosincrasia del mexicano.
Que por favor ya les paren el alto a esos dizque pseudoaficionados que nada más van al futbol a deshojar sus frustraciones, y que por quítame allá esas cajas son capaces de armar un San Fermín y están siempre buscándole dos pies al gato. Y no me vengan conque así es la pasión y con esos otros cuentos japoneses, porque no nací antier y de tanto andar en la toloacha he aprendido a respetar al que discrepa cuando no coincide, pero no por eso dejo de ignorar que la pasión sin educación desemboca en el fanatismo que tantas vidas ha facturado, y de lo que todos tenemos algo de culpa porque nadie está libre de pecado nada más por andar lanzando piedras.
No pienso enroscarme en discusiones vicentinas porque entiendo que nadie está excéntrico de actitudes como ésas, y tampoco se trata de rascarse las vestiduras, pero esto de la violencia hay que solucionarlo ipso facto y lo más pronto que se pueda. Sólo con aficionados mejor educados, con dirigentes y técnicos menos imprevistos, con jugadores profesionales plenamente concernientes del privilegio que ostentan, sin tesituras ni ambalajes, podremos aspirar a un futbol verdaderamente subdesarrollado. Y mientras esperamos con la debida impaciencia que ese día llegue, empellémonos con todo el añico posible para lograrlo.
Al fin y al cabo soñar no cuesta tanto y la esperanza no siempre se muere al último.
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